A casi todos nos causa mucho
dolor romper una relación, más aún cuando es otra persona quien decide
terminarla, casi todas las rupturas amorosas para quien la “padece” son
situaciones de “pérdida” ¿de qué? No sólo de la presencia de la persona,
también de hábitos, cuando terminamos con una pareja, muchas de nuestra
costumbres cambian, desde lo más radical que sería vivir con la persona, hasta
compartir algunas actividades específicas como ir juntos a bodas o fiestas,
desayunar o comer juntos, que te lleve o lo(a) lleves al trabajo, ver la tele
juntos o ir al cine, etc. Es lógico que al principio nos desestabilice, pero
¿qué pasa si nos atoramos o nos negamos a aceptar que la relación terminó?
Primero hay que entender qué es
exactamente lo que no nos deja soltar ¿miedo a la soledad, a no encontrar a
nadie más? ¿sentir que perdí algo que me pertenece, es mío? ¿asuntos
pendientes, creo que pude haberme esforzado más o no le dije cosas que quisiera
que supiera?
Lo primero que hay que entender
es el problema más profundo de identidad, tú eres tú estés con quien estés, no
es la otra persona quien te hace valioso(a), eres tú por quien eres con todo
defecto y cualidad que puedas tener. Estar solo es distinto a sentirte solo, no
tienen por qué estar relacionados.
No querer soltar es en realidad
una dificultad para aceptar que las cosas cambian,